Por donde se la mire Lima es una ciudad singular (y por ello mismo, más atractiva), su territorio es casi desértico, sin embargo, es una gran urbe que bordea los diez millones de habitantes; su clima no corresponde a la región en que se encuentra en el planeta (muy cerca al Ecuador, a 12 grados Latitud sur), pues es más bien sub tropical que tropical (gracias a la corriente de Humboldt y la cordillera). 

En Lima vive un conglomerado de gente venida de todas partes del país (y del mundo también). Lima no es ya la ciudad virreinal, que se sobrepuso al curacazgo Ichma (Ychma, Yschma, Ychsma, Ichmay, Irma, Izma, Ishmay o Ishma), en un lugar denominado Rímac por los quechuas (o Límac en la lengua Ichma, de impronta aimara, que significaba “el que habla”, por el oráculo que había en lo que hoy es la plaza Italia, donde se ubicaba una piedra que los extirpadores de idolatrías retiraron y prefirieron referir el término Límac al río que “murmura en voz alta” cuando baja en tiempos de creciente). Lima fue fundada un 18 de mayo de 1535, debido a que satisfacía los requisitos establecidos en las instrucciones para fundación de ciudades que usaban como referencia los conquistadores (buenos aires, aguas, indios, madera, cercana a un río y a un puerto marino, etc.). Y esta ciudad se ofreció a la protección de los “Reyes Magos” (La tres veces coronada Villa) porque la disposición para que Hernando Pizarro busque la capital se dio un 6 de enero de 1535, la cual dio Francisco Pizarro desde Pachacamac, debido al fallido intento de tener como capital a la antigua Jauja.

plano de lima virreinal

Así pues, Lima ha vivido épocas muy distintas, todas colmadas de gran actividad social, económica, política y cultural. Fue la ciudad más esplendorosa del Pacífico; fue el punto de partida de casi todas las expediciones que conquistaron los territorios de Sudamérica e incluso del gran océano sur; fue la joya de la Corona española, codiciada por piratas y corsarios ingleses; fue el último gran bastión realista y la última gran capital que se independizó del dominio español en Sudamérica; fue el botín de caudillos; el centro de los negocios durante la “prosperidad falaz” (del Guano); el teatro de la indiferencia y la soberbia que no vio venir la guerra en 1879; el triste escenario de una gran tragedia, durante la ocupación chilena; el reino de los oligarcas durante la “República Aristocrática” (otro término acuñado por Jorge Basadre), que conocían más París o Londres que el interior del país; el botín de los norteamericanos durante el Oncenio de Leguía; La petit París en las primeras décadas del siglo XX; y luego la tierra de los sueños para los migrantes a partir de los 40, que cambió para siempre la configuración de la urbe convirtiéndola en una ciudad de todas las sangres, con predominio de lo andino (que luego despreció su origen). Así, pasó de ser una ciudad de 120,000 habitantes, en 1900, a una urbe de 9´674,755 habitantes, el 2020, según el INEI.

fauna limense en jirón de la unión

Lima fue el escenario final de la más terrible violencia que ha vivido el país, durante las décadas de los 80 y 90 del siglo XX. Una violencia terrorista (de ambos lados), de la cual también fue responsable la gente de la capital, y de la cual, sin embargo, ha vivido desmarcándose, apuntando a otro lado para que nos distraigamos en lo adjetivo. Enfocando el problema de manera reduccionista y maniquea.

La capital ha sido el defectuoso crisol donde se han forjado generaciones de explotadores, incompetentes y corruptos, que nos han legado un país y una capital en permanente crisis moral y aparente bienestar, que solo le ha llegado plenamente a unos pocos. Hace más de un siglo lo dijo Don Manuel González Prada, y hoy está plenamente vigente, que “el Perú es como un organismo enfermo. Donde se pone el dedo, brota el pus”. Y no hay que olvidar que además sigue vigente aquello que dijo Abraham Valdelomar: “El Perú es Lima…”, aunque lo dijera desde su inocultable egocentrismo de genio que se creía la célula fundamental de la sociedad. Lima no es el Perú, pero el Perú tiene en Lima el núcleo de gran parte de sus males.

Una ciudad que además fue, durante doscientos años de vida republicana, una masa informe que creció de forma desordenada, perdiendo en cada ocasión su identidad y su belleza, ganando muy poco en el cambio y no obstante, no extinguiendo del todo su esencia de gran ciudad (aunque no lo sea por su excelencia), y sin perder su herencia colonial, en la arquitectura y en la cultura (cosa que por cierto no es del todo halagüeña).

Lima, con ser un crisol de razas, es también el espacio donde han confluido todas la tradiciones y anhelos, creando una cultura de raigambre muy diversa, desde la alienante cultura eurocéntrica y posteriormente pro estadounidense, hasta la hibridez de la cultura “chicha”. Una cultura enriquecida no obstante por el aporte de las distintas regiones, que se ha traducido en el producto mejor logrado del Perú: su culinaria, rica, diversa, extensa, audaz, conservadora, respetuosa del pasado y ambiciosa en su búsqueda. En un país en el que aún hay mucho por descubrir para aportar a la mesa, en tránsito de crear una gastronomía de talla mundial. Los limeños tienen en la comida un motivo de felicidad y constante exploración. Solo falta hacer de nuestra extensa culinaria un producto gourmet, no solo en los restaurantes de alto standard, sino tambien en los miles que ofrecen una carta exquisita, pero poco esforzada en los detalles, para atraer a nuestra ciudad a los sibaritas de billetera gorda que coloquen a nuestros platos en el Olimpo del buen comer. Solo falta un empujoncito.

Esta ciudad, situada en la costa central del Perú, fue llamada de muchas maneras: “La ciudad de los Reyes”, “La Perla del Pacífico” (con el Callao) “Lima la horrible” (por Salazar Bondy), “Lima ciudad Jardín”. Y hasta un vals la llamó “La novia del Perú” (Mario Cavagnaro). Lima siempre estuvo en boca de todos los peruanos, y no siempre como una buena palabra, a pesar que, durante gran parte del siglo XX, Lima fue ese lugar al cual confluían todas las esperanzas y los sueños de los migrantes. Algo que aún se mantiene, pues a pesar, Lima tiene muchas posibilidades de mirar mejor al futuro, si los limeños despiertan de su largo letargo y empiezan preocuparse por mejorar su casa grande.

Sin embargo, Lima presenta aún muchas carencias, defectos y ausencias que no permiten llamarla una gran ciudad, porque no provee calidad de vida a la mayoría de sus habitantes y porque, entre otras cosas, vive en la inseguridad ciudadana, en la informalidad empresarial, en el caos del transporte, en la corrupción, en la inoperancia y en la ingobernabilidad.

algunos de los problemas de lima: transporte caótico, contaminación e inseguridad ciudadana

Lima es la única capital de Sudamérica que se encuentra a orillas del mar (o casi, porque tenemos un largo acantilado que las olas quieren volver a abrazar). Lo cual sin duda puede ser motivo de envidia para otras ciudades, y alguna vez objeto de orgullo para nosotros, cuando las playas chorrillanas, barranquinas y miraflorinas se ofrecían a sus habitantes con generosidad. Eso hoy es solo un bello recuerdo que de vez en cuando podemos revivir en fotos y videos de la época.

La nuestra es una ciudad que se halla al pie de la cordillera, como casi toda la costa peruana. Los cerros se pueden ver desde cualquier lugar de la ciudad y la costa es apenas una franja de tierra que se eleva abruptamente cuando se viaja al oriente. La repentina elevación se puede apreciar luego de unos minutos de travesía, o cuando el agua cae veloz desde las cordilleras, por ríos, canales y huaycos.

Paradójicamente, Lima ha vivido despreciando a las montañas, a pesar que de ella vino la mayoría de sus habitantes, y vive de espaldas al mar, no solo porque ha dejado de usar su costa (que hoy es más bien un circuito de autos), sino porque incluso no tiene a los productos marinos como su principal fuente de alimento.

El persistente racismo de los limeños (por nacimiento o adopción) hace que se siga mirando a la sierra con desprecio y a lo que viene de ella con desdén. El centralismo limeño (la ciudad aloja casi la tercera parte delos habitantes del país) es una pesada carga para el país, no solo porque absorbe los recursos de las regiones y no atiende a sus necesidades, sino porque además conlleva una percepción cultural de doble entrada: de aquellos que se instalan en una limeñidad tradicional o adoptada, que es excluyente y exclusiva; y aquellos que, desde afuera, desprecian lo limeño, precisamente por centralista y discriminador, y ahora por una revaloración de las culturas regionales, que ven en Lima a una rémora del ansiado desarrollo.

Por otro lado, Lima es una ciudad cuya estructura organizativa no solo es caótica, sino inviable. Con 43 distritos (50 si contamos los del Callao), actuando muchas veces sin mayor coordinación. Con un alcalde metropolitano, que es alcalde de El Cercado y zonas metropolitanas, pero que no tiene mayor incidencia en las atribuciones de los distritos, que en ocasiones colisionan con los intereses de la ciudad en su conjunto.

Municipalidad de Lima, en la plaza de armas de la ciudad

Las grandes ciudades del mundo también tienen distritos, pero en ellas (Santiago, Buenos Aires, Río, Nueva York, Madrid, París, Londres, etc.) la gestión del alcalde metropolitano o su equivalente, tiene un peso mayor, con lo cual se pueden abordar los grandes problemas con eficacia y celeridad. Lima ha tenido proyectos de cambio en ese sentido, pero hay diversos factores que obstaculizan el cambio. Uno sin el cual no podrá ser viable el gobierno de Lima (fuera de la incapacidad de sus ciudadanos para elegir bien a sus alcaldes).

En Lima, como en todas las ciudades, hay sectores que se diferencias por la situación socioeconómica. Urbanizaciones, condominios, barrios, barriadas, ubicados en zonas que con el tiempo fueron adquiriendo un carácter propio. No obstante, se esperaba que el falaz crecimiento económico del siglo XX, generara una mayor movilización social diluyera las fronteras y mejorara la calidad de vida de los limeños, pero, cuando se tiene una ciudad que además de estar segmentada jurisdiccionalmente, también lo está desde la perspectiva socio económica, y más aún, desde la discriminación y el miedo, que es el más poderoso instrumento para inducir a actuar a la gente.

En Lima, además de barrios o incluso barriadas, donde se conservan tradiciones de “pobreza digna” (hasta donde se pueda), también hay guetos y muchos otros espacios que funcionan como una suerte de enclaves.

Los guetos son espacios cerrados, una suerte de reclusorios, donde viven grupos marginados, por la segregación, la pobreza, la discriminación. Lugares donde voluntaria o involuntariamente se reúnen ciudadanos sumidos en la miseria: en Carabayllo, Independencia, Lurigancho, Villa María, San Juan de Miraflores, El Agustino, y si consideramos al Callao como parte de esta gran urbe, la ciudad portuaria también tiene focos de miseria que podrían considerarse guetos. Zonas donde la movilidad social es muy reducida, debido a la precariedad de la vida y la condición de extrema pobreza, que jamás les permitirá a muchos niños sumarse plenamente a la educación, pues la desnutrición impedirá su desarrollo físico e intelectual, haciendo imposible competir con éxito en el mercado laboral, y haciendo además de la “meritocracia” un mal chiste, para quienes apenas pueden salir de su zona de carencias para intentar conseguir satisfacer algunas de las necesidades más urgentes.

barriadas y guetos de pobreza urbana en lima del siglo XXI

Pero también están los enclaves, espacios que se desarrollan al margen de la ciudad, no como islas de pobreza, sino como espacios de bienestar, en los que el mismo Estado muchas veces no tiene mayor injerencia, o más bien se hace presente para darle trato preferente a los que viven en estos enclaves, que hacen recordar a los que tenían las grandes haciendas azucareras y algodoneras, las minas y los yacimientos petroleros manejados por nacionales y extranjeros en las primeras décadas del siglo XX. Lugares que cierran el paso a ciudadanos foráneos, que no permiten el acceso a “sus” áreas públicas, que tienen sistemas de seguridad exclusivos, que cierran sus calles, violentando el derecho constitucional al libre tránsito (lo cual también se repite en barrios, barriadas y guetos, pero de distinta manera), enclaves de los que se autoexcluyen algunos ciudadanos por temor a ser discriminados (como también ocurre con ciudadanos de sectores altos, que no irán nunca a visitar los guetos). Lugares como Miraflores, San Isidro o sectores de La Molina y Surco, que actúan como refugios de bienestar debido a la debilidad del Estado a la inoperancia de las autoridades, a la ineficaz estructura de los gobiernos locales y la complicidad u obsecuencia de los poderes fácticos y altas autoridades que, o viven en estas zonas o no están dispuestos a enfrentarse a la gente poderosa que las pueblan.

El "Golf de San Isidro" y las viviendas de clase alta que lo rodan

En suma, Lima es una ciudad de antiguos barrios, de pobres barriadas, pero también de miserables guetos que reúne incluso un lumpen que sirve a políticos y empresarios, y poderosos enclaves, donde se protegen ciudadanos pudientes (y no tanto) desplegando inveterados males, como el racismo, el clasismo y toda forma de discriminación y desprecio contra aquel que se percibe como un peligro para ese espacio de bienestar que bien podría estar en una ciudad desarrollada. En una ciudad donde el miedo es una mercancía usada por políticos, medios de comunicación, empresas de seguridad y organizaciones criminales.

El Perú nació bajo los principios de la modernidad, que buscaban crear una república de ciudadanos iguales ante la ley, y bajo los preceptos liberales, pero ello resultaba una utopía, en un país en el que el Estado precedió a la nación, y la desigualdad aún prevalecía, y no ha sido sino hasta el siglo XX que se empezó a integrar, siendo Lima el espacio que mejor grafica esa falta de unidad y esa urgencia por lograr cohesionar a los peruanos, no solo en la capital, sino en cada uno de los rincones del país, porque la discriminación y las condiciones mencionadas también se reproducen en las capitales de las regiones, habiendo un centralismo en cada una de ellas, pero también formas de discriminación, incluso tan terribles como las que se pueden apreciar en la capital.

Lima cumple 489 años, y de a pocos se va acercando al quinto centenario. Esperamos que esta sea una ocasión para empezar a preparar la ciudad para una celebración tan importante, pero no será solo maquillándola y realizando obras, sino fundamentalmente con un cambio de actitud y de compromiso con la ciudad, a partir de una transformación personal, pues Lima es sobre todo un conglomerado de gente que puede vivir enfrentada, como ocurre ahora, o puede empeñarse en una obra en conjunto a largo plazo, más allá del V Centenario, trazándose metas a corto y largo plazo, de tal manera que un día, puede ser que un día, no tengamos que mirar más a Lima con desprecio, lástima, falso orgullo o indiferencia, sino verla como vemos a esa casa nuestra que hemos logrado construir con mucho esfuerzo y honestidad. Y si para ello, como decía Manuel González Prada, los viejos (de mente anquilosada) tienen que irse (en sentido figurado) a la tumba, o a sus cuarteles de invierno (y más de uno a la cárcel), pues es tiempo de empezar, que tal vez no haya un Dios que nos ayude por madrugar, ni un santo que nos de consuelo, sino, solo nosotros afrontando la construcción de una ciudad que podamos llamar nuestra casa grande… nuestra gran casa.

Lima vista desde las alturas, sobre el mar que baña la "costa verde"