Apertura del año judicial 2024.

Como corresponde, la ceremonia es muy rigurosa y protocolar, y se inicia con el canto del himno nacional, es decir el himno del Estado peruano, que hace unos años el neopopulista Alan García modificó en su cantar, introduciendo una estrofa que ya no se mencionaba y que hace alusión al "Dios de Jacob" (según la Biblia "uno de los primeros de la casa de Israel").

Hay que recordar que ésta es una referencia bíblica (del Antiguo Testamento) que puso muy contentos a evangélicos y cristianos que aún viven sumergidos en esos mitos anacrónicos del judeocristianismo primitivo. Cosa que los católicos ni se enteran, porque saben menos de la Biblia y el catecismo que un ateo.

Siguiendo con la ceremonia anual (que por cierto posterga el inicio de las sobrecargadas labores judiciales) a continuación el coro polifónico de la institución anfitriona canta el "Himno del Poder Judicial", que esta vez también apela a las creencias religiosas y hace alusión, en su penúltimo párrafo, a los "principios cristianos" (Nos preguntamos cuáles ¿Los del catolicismo o los del protestantismo?).

De todo esto, un primer tema que salta a la vista es que el Perú, conforme lo establece la Constitución, es un Estado laico (aunque la misma Constitución se contradice al respecto), no un Estado confesional o un Estado ateo. 

La importancia del Estado laico está precisamente en la preservación de las libertades religiosas y en la exigencia que el Estado mantenga neutralidad, sin inclinarse por ninguna fe, credo o religión. 

Por otro lado, está un tema que puede parecer menor, pero resulta de la mayor importancia, el hecho que se cante el himno del Poder Judicial (buscando probablemente destacar con un himno motivador la actividad de la administración de justicia y elevar la moral de sus integrantes), pero, en tiempos en que se requiere reconstruir la unidad institucional del Estado peruano (tan venida a menos por culpa de los populistas y neo populistas), no es conveniente generar esta suerte de guetos o enclaves institucionales, que contradicen lo que en forma declarativa pretende el gobierno, pero a lo cual aporta poco esa permanente guerra interna y afanes de independencia, no en el marco del balance de poderes, sino en el marco de una rivalidad y hasta antagonismo entre los poderes del Estado.

Hay que aclarar que la división de poderes no convierte a los poderes del Estado en entidades ajenas a la existencia de un Estado central. El balance de poderes obedece a la necesidad de desconcentrar el poder, y dotar de autonomía a las entidades, sin olvidar que el Poder Judicial forma parte del Estado, y el Estado es, según la Constitución, unitario.

Dirán que lo que abunda no daña, pero recuerden que estamos en tiempos en que urge reforzar la institucionalidad del Estado, y si lo destruimos con menciones que afectan a la laicidad del Estado y además generamos distinciones innecesarias, seguiremos viviendo en una nación con un Estado débil, en el que las personas se sobreponen a los cargos, y la corrupción hace de él un instrumento de poder.

Institucionalidad democrática y Estado laico, son dos tareas pendientes para empezar a crecer como sociedad.