¿Puede ser agradable gritar a los cuatro vientos que se ha gozado de la “libertad”, cuando ésta se ha realizado a costa de la esclavitud de la mayoría?

Sin duda habrá más de uno que lo diga, incluso aquellos que jamás la han conocido, pero aspiran a ser como sus modelos, los maestros de la dominación, el abuso y la explotación.

No obstante, la libertad, así dicha, desde la cúpula, no existe, lo único posible es una vida digna, dentro de los límites que impone la existencia humana y el medio físico, el resto es indecorosa justificación de una cultura de la dominación.

Para unos cuantos privilegiados, este mundo es como una gran fiesta, donde hay abundantes sirvientes que hacen posible la diversión de unos pocos, que gozan de eso que llaman libertad, y hasta en ocasiones se atreven a preguntarse por qué los sirvientes no hacen uso de la libertad que ellos han logrado para alcanzar su felicidad.

Pero, lo único que podrán hacer estos infelices es otras pequeñas o medianas fiestas en sus espacios limitados, donde esclavizarán a otros tantos: sus vecinos, amigos, familiares, paisanos, conciudadanos, que incluso, con esa mentalidad del feliz dominado, agradecerán que se les haya permitido participar de su “libertad” y tener la posibilidad de llegar a la cúpula o arañarla siquiera. Porque en ese mundo de inequidades e injusticias, la ciudad no es como una gran plaza, sino como una montaña que escalar. Y claro, alguno logrará llegar, tal vez uno de un millón.

Sin embargo, la única fiesta posible, si cabe, es una en la que no haya un gran jolgorio, desenfreno y boato, sino aquella en la que todos, por igual, tengamos la oportunidad de alcanzar una felicidad consciente, que tenga su punto de partida en la satisfacción de las necesidades básicas. Una fiesta en la que todos compartamos la obligación de tratar de ser felices, dividendo la torta que todos preparen, en partes proporcionales a su esfuerzo y a su necesidad. Una torta que no puede ser inagotable, y por ello mismo se fabrique tantas veces como sea necesario, pues la fiesta de la gente, si se organiza bien, no debiera tener fin.

Entonces, quiénes serán ahora los que un día puedan organizarnos y enseñarnos a preparar la torta y a cortarla en tantas partes como se pueda, para que todos, incluso los que están por llegar, hagan posible esta libertad, en la que los límites desparezcan por el uso de la razón y la solidaridad.

Quiénes serán los que puedan entender que no hay humanidad posible si no nos comportamos como el colectivo que en los orígenes hemos sido para alcanzar precisamente esa humanidad; un proyecto que quedó trunco por el abuso del poder, la corrupción, la religión y el sometimiento a la ignorancia por los que, para su conveniencia, quisieron crear este mundo tan desigual, en nada parecido a los tiempos en que se produjeron los primeros atisbos de humanidad.

Quiénes serán los que puedan poner límites a la estupidez humana que sigue creyendo en la libertad absoluta, que ni siquiera su Dios conoce (porque de ser así, hace tiempo se hubiese liberado de lo que somos nosotros). y al final de cuentas, toda la cultura es creación humana, que en muchos casos, en lugar de liberarnos, nos ha esclavizado.  

El mundo es una gran jaula, de la que tratamos de escapar, quién será el que nos diga que para hacerlo debemos superar nuestras diferencias y eliminar lo que nos mantiene en la dominación. Solo así los barrotes de la jaula se diluirán y ya no estaremos buscando en otra parte y de otra manera lo que podemos conseguir aquí, donde la fiesta puede ser modesta, pero igual nos traerá felicidad.

Si no buscas la verdadera libertad ahora, no habrá mundo ni humanidad para disfrutar.