¿Por qué no decirle al político corrupto, que es un despreciable traidor, o al miserable empresario que corrompe, que es un hijo de puta?

Pues, antes que nada, y a manera de aclaración, digamos, en defensa de las putas, que ellas no merecen tan desdeñable atribución, y que la traición solo es posible cuando se defrauda la fe popular, no cuando se lleva al poder al delincuente a fungir de político, a sabiendas que va a robar y matar con impunidad.

El político corrupto es hijo de un pueblo envilecido, que lo amamanta de felonía y lo hace merecedor de su inagotable capacidad para el error, un pueblo que elige al que expresa su lado peor. Un pueblo como el nuestro, tan plagado de miserias y tan sumergido en la inanicción.

Sabido es que la política no es mala per se (antes bien es necesaria, debido a nuestra tendencia al poder y a nuestra condición dual: de seesr individuales y colectivos, que entran en permanente conflicto, y de ahí que también sea necesario el derecho). Un pueblo sano produce políticos (y abogados), no produce delincuentes que llegan a la política para hacernos creer que gobiernan, mientras buscan delinquir, usando a las instituciones públicas y torciendo la ley a su favor.

El empresario corruptor también es nacido de esa masa vil, y resulta siendo prisionero de su desmedida ambición e irrefrenable codicia, con la que justifica la explotación laboral, sus abusos, su discriminación, su patada a la ética y hasta sus delitos, sin ningún pudor. Ello, ante la cómplice mirada del sumiso trabajador, de la familia del sumiso trabajador y de todos los que lo ven como un mal necesario o un mal menor.

Por el contrario, un emprendedor, un verdadero empresario, es el motor de una sociedad, la ambición y el deseo de superación son poderosas fuerzas que, bien encausadas, permiten el bienestar personal, el crecimiento colectivo y el desarrollo de una nación, porque nadie realiza actividades económicas con independencia de los demás y sin el beneficio de los recursos naturales. De ahí la importancia de buscar un equilibrio. Pero, todo ello se viene abajo cuando el muy contagioso y maligno virus de la corrupción infecta a la sociedad, sin vacuna a la vista.

Y en el medio del absurdo tinglado de la corrupción, sosteniendo esa deplorable realidad, están los funcionarios públicos, los empleados privados, los profesionales y cuanto oficiante sirve a políticos corruptos y empresarios corruptores, que, por extensión, también incurren en la misma ilicitud que aquel que se aprovecha de los recursos del Estado para beneficio propio o de terceros.

Ahora bien, qué hacer ante ello: pues, accionar políticamente, con todos los recursos a la mano, esos que hicieron posible en el pasado las revoluciones y las reformas profundas.

Si las huellas que te han traído hasta aquí, están limpias de toda corrupción y quieres empezar a cambiar esa nefasta realidad, entonces alza la voz, levanta el puño en alto, toma la palabra y lánzala contra el corrupto, contra el corruptor, contra el opresor y contra todo aquel que se pone del lado del que viene retrasando tu desarrollo. Incluso, contra aquel que decide no tomar posición.

Pero, si has dejado por ahí manchas en tu pasado y, no obstante, quieres encausar tus pasos, pues, entonces muestra arrepentimiento, pon en orden tu casa y luego sal muy presuroso a darle alcance al que ya empezó a marchar.

Luego, o en tanto, vendrán las propuestas: educar mejor (con inclusión, tolerancia y respeto por los demás), promover liderazgos naturales y preparar a los líderes, organizarnos políticamente, generar partidos políticos, reforzar la institucionalidad del Estado, promover candidaturas y carreras políticas, establecer principios y bases programáticas, producir programas de gobierno, presentar candidaturas adecuadas, elegir bien a los representantes, monitorear y seguir la trayectoria de los representantes, cambiar, mejorar o ejecutar las leyes (y eliminar la anomia boba), reforzar nuevamente la institucionalidad del Estado, promover un nuevo pacto social (nueva Constitución), darle forma y sentido a la democracia, generar mecanismos de democracia participativa, buscar consolidar un modelo político y económico con justicia social, con empleo digno y sin explotación; luego, mantener el modelo, recrearlo y adecuarlo a las circunstancias, con el objetivo de buscar el bienestar general.

No caeremos en la ingenuidad de decir que en esta lucha no se trata de derechas o de izquierdas, pues un movimiento así no puede ser inocuo ni incoloro. Debe tener un color político, un ideario de base, un norte, un programa que seguir, que sea el resultado de pactos (pues se gobierna con programas, no con ideologías cerradas), pero, que excluya de todo acuerdo a los que se mantienen cómodos con la corrupción.

Lograr que cada quien crea en las bondades de vivir en paz, justicia, honestidad, respeto y libertad. Eliminando todos los males decimonónicos que aún persisten en el siglo XXI, y los que se han ido gestando en estos tiempos: autoritarismo, clientelismo político, caudillismo, anomia, mesianismo, centralismo, discriminación, corrupción.

Y, en ese proceso, es necesario identificar, visibilizar, procesar y condenar al corrupto o a la corrupta, generando mecanismos para que no vuelvan a surgir individuos ni organizaciones criminales que se quieran apropiar de los recursos de la sociedad.

¡Ahora es cuando!

¡Era para ayer!

¡No hay que esperar más!

¡Hay que remover los cimientos para poder edificar!

No vaya a ser que algún día se pregunte tu descendencia: ¿Qué hiciste tú para ayudar a cambiar tan terrible realidad?

No vaya a ser que algún día te preguntes: ¿Qué pasó?... No entiendo… ¿Por qué estamos así?