Como la vida:

Un remanso de sueños,

una larga travesía,

aposentos sin dueños,

la estación dividida.



Buenas tardes:

Quiero agradecer a la Municipalidad de San Borja y a sus funcionarios por acogerme en esta su casa.

Del mismo modo agradecer a quienes me acompañan en esta mesa:

A Rocío Silva Santisteban Manrique, una excelente poeta, profesional y política, pero sobre todo una gran amiga de muchos años, que me honra con su presencia por su gran trayectoria literaria y su voz autorizada para evaluar mi producción.

A Diego Bardález, un joven poeta y emprendedor y promotor de la actividad literaria y editorial, que me satisface tener en este evento.

Y aunque no se encuentra presente, también quiero agradecer a Jorge Valencia Corominas, un amigo de toda la vida, un gran profesional y también un compañero de las lides poéticas, en los años universitarios, a quien agradezco el apoyo brindado para la presentación de este libro.

Este poemario que se presenta y deja de formar parte ya de mi ámbito privado, para ser puesto a disposición de ustedes, es el primero de una serie de entregas que, si el tiempo y la salud me favorecen, realizaré en los próximos meses y años.

En este libro quise reunir aquello que corresponde a una primera incursión poética, aquello que viene de atrás, de mucho tiempo atrás, pero también de lo producido en los últimos años.

Por ejemplo, de cuando escribía en el colegio para las enamoradas de los amigos a cambio de unos panes con atún o palta; de cuando me alejaba de todos (y lo sigo haciendo aún) para crear; de cuando perdí mi primer cuaderno de poesías por andar escribiendo en él en el aula, y fue decomisado por una profesora de geografía que aún recuerdo, aunque no de la mejor manera.

De un tiempo en el que mi travesía por diversos paisajes del Perú, la gente que conocí y las lecturas que tuve (como aquel libro de cuentos que me compró mi madre a los 7 años, o el libro de Bécquer que encontré en la casa del abuelo), fueron forjando mi vocación y mi vena poética.

Por cierto, los años de la adolescencia, los años del colegio suelen ser los más importantes en la elección de este oficio. Ahora me acuerdo de aquella profesora de Laboral, que me expulsó de su curso porque no me soportaba, por lo que terminé “castigado” en la biblioteca del colegio. Cosa que agradecí mucho, pues en los días que estuve en ese pequeño pero enjundioso repositorio, leí una colección completa de las novelas de Julio. Esos años de secundaria fueron forjando mi gusto por la literatura y fueron años además de copiosa producción y de variadas lecturas.

Entre esas anécdotas que me marcaron, recuerdo cuando, en cuarto de media me presente a los juegos florales del colegio, y el profesor de Lenguaje me comentó, como justificándose, que mi poesía no fue aceptada porque tenía un tinte un tanto oscuro y trágico, impropio de un adolescente. Ya para entonces mis lecturas estaban pasando de Bécquer y Neruda, a Vallejo y Miguel Hernández.

Mi revancha vino al año siguiente, cuando ya no estaba en el colegio, porque me obligaron a cambiarme, y le pedí a mi hermana que presentase un cuento que había preparado, acerca de un niño de la calle. Recuerdo esa tarde que mi hermana llegó molesta a casa, a increparme el haberla puesto en aprietos, porque le habían comunicado que había ganado los juegos florales en la categoría cuento y le pidieron que fuera de salón en salón explicando cómo escribió el relato de marras. Cosas como estas me fueron mostrando un posible derrotero al mundo literario, pero también fue un guiño y aliciente, para el ejercicio de la docencia, con la cual quise superar lo hecho o no hecho conmigo por mis maestros.

Esta fue una actividad literaria que continuó y se potenció en la universidad. Acompañado de gente muy valiosa, alguno de los cuales hoy se han dedicado a la literatura o destacan en otros ámbitos académicos: Rocío Silva Santisteban Manrique, Mario Bellatín, Ricardo Ramos Tremolada, Julia Wong Kcomt, Martín Rodríguez Gaona, Jorge Valencia Corominas, Gabriel Prado, Ronald Cárdenas Krenz, y otros más de los que me disculpo por no mencionar. Fueron años maravillosos sin duda, y que produjeron algunos relatos y poemas publicados en revistas y compendios de la universidad. O aquellos que publicábamos por nuestra cuenta, como aquella plaqueta que regalé al poeta chileno Gonzalo Rojas en un encuentro de poetas en la Universidad de Lima, y él me dijo: “no hagas plaquetas, publica libros.” Tarea en la que recibí la ayuda de mis compañeros, quienes me compraron bonos de prepublicación y en la que conté con la asesoría del Dr. Cornejo Polar.

Pues bien, hace 30 años presenté mi primer libro en la estación de Barranco, uno de relatos, que denominé “Crónica de Híbridos”, pues reunía historias de personajes marginales, desubicados o poco integrados, en suma: híbridos. Un libro que he vuelto a publicar en una segunda edición y que se encuentra en librerías virtuales. Un libro para el cual tuve la invalorable ayuda de mi amigo Víctor Bosleman.

Y ese, que debió ser el inicio de una carrera literaria continua, fue seguido de un parón prolongado, que no significó que dejara del todo de escribir, sino únicamente de publicar. Aunque la vida me llevó por otros caminos, la práctica jurídica, la docencia, en diversos ámbitos, y la investigación académica, la poesía y la narrativa no dejaron de seguir ocupando mis días. Este parón tiene también su explicación en la crisis política y económica que pusieron contra la pared a los creadores e investigadores en las décadas de los 80 y 90.

Pero, como ocurre con todos los procesos de maduración (en este caso, al oficio literario), el mío era inevitable, solo que venía demorado. Algunos hechos hicieron que volviera con mayor profusión a la producción literaria y a la publicación: El vincularme a grupos literarios, como el grupo Poémame de Barcelona; el ir dejando de lado la práctica abogadil por la docencia universitaria, los años que se me iban viniendo encima, la energía contenida que buscaba brotar y unas páginas dedicadas por el recordado Carlos Ramos Núñez , con la colaboración de mi buen amigo Martín Baigorria Castillo, en su libro “La Pluma y la Ley, abogados y jueces en la narrativa peruana”, en la que mis dilectos amigos se extrañaban que no hubiese continuado produciendo, por una supuesta “flojera intelectual”, lo cual, desde luego había que refutar amablemente, y aquí me tienen. Desde el año 2017 retorné a las lides literarias, publicando en diversas revistas, participando en concursos y siendo publicado en compendios.

El resultado de esa actividad fue el deseo de reunir en un primer texto, poemas que sigan una línea básica, que pudieran mostrar una suerte de retrospectiva de mi palabra y un derrotero de lo que vendría luego. Un libro de poemas autoeditado, que fue impreso con gran cuidado en los talleres de Tarea Asociación Gráfica Educativa, y que recibió el invalorable apoyo de la destacada escritora y excelente amiga, Clara Rojas Miranda .

Mi poesía, como la de otros poetas, es el resultado de una praxis heterodoxa, de un aprendizaje permanente y del eco de muchas voces, muy diversas: Bécquer, Whitman, Vallejo, Lorca, Hernández, Alberti, Paz, Pizarnik. Pero, también de experiencias de vida muy intensas y diversas. De los viajes que hice con un padre militar, de los propios que emprendí por el país, en ocasiones “tirando dedo”; de los muchos y variopintos círculos de amigos, y de los mundos paralelos y dispares en los que viví. De una realidad que todos los días nos mastica, nos engulle o nos escupe y en la que podemos extinguirnos, salir de ella muy embarrados o podemos evadirnos, liberarnos y hasta enfrentarla. Esto último ha sido mi opción, esa es mi lucha, y la palabra me sirve para ello, aunque la literatura no sea la única herramienta para enfrentar la realidad, ella es la que me resulta más a la mano y me resulta satisfactoria, además.

Mi poesía es el resultado de los años en que iba de la universidad de Lima a la universidad de San Marcos, de los años en que viajaba de Los Olivos a Surco, de los años en que frecuentaba grupos tan diversos como los compañeros de la facultad de derecho de la U de lima, los compañeros de filosofía de San Marcos, los de los talleres o círculos de poesía (como "Tú y el Arte", de Luis Maguiña), o los de los grupos de teatro de los que fui parte (con mis entrañables amigos: Luciano Castro, Carlos Vásquez y Fernando Dávila), pero, también los amigos y amigas del barrio, de las juergas de los fines de semana y los que me acompañaron en la selección de atletismo del colegio o de la universidad. Una vida así tenía que estallar en mis palabras, y a ella, y a los seres que me acompañaron. Mis padres, mis hermanos, mi esposa Martina y mis hijos, Ileana y Carlos Martín, le debo todo este mundo interior que intenta todos los días adquirir forma literaria.

Mi narrativa surge de manera paralela a mi poesía, no obstante, se viene conformando en compendios que pronto verán la luz y algunas novelas que vengo culminando.

Pero, mi poesía ya tiene contenido, y se reunirá en diversos poemarios que, como dije espero lanzar pronto, en sucesivas entregas, sobre temáticas distintas. No obstante, nada está hecho en poesía. Tengo una frase para ello:

Nadie es poeta aún, porque no se ha escrito el poema definitivo.

Para mí, los 60 años que he atravesado (sobre lo cual tengo un texto escrito: “El privilegio de haber vivido”: https://carosif.lamula.pe/2020/08/25/el-privilegio-de-haber-vivido/carosif/) no son el final de una vida, sino el inicio de la que ha venido madurando, la carrera docente me ha enseñado que uno tiene la capacidad de enseñar cuando tiene viva la capacidad de aprender, y eso es lo que hago todo los días, aprender para producir, y aunque, a esta edad se maneja las cosas con más calma, la necesidad de hacerse oír, y la premura que agobia al percibir como se agota el tiempo, puede llevarnos a recaer en el ímpetu y prisas de la juventud, por ello es que, buscar el equilibrio es fundamental.

Creo que fue Oscar Wilde quien dijo: “Qué desperdicio la juventud en los jóvenes”. Pienso que ello es parcialmente cierto, pero, no deja de tener razón.

Mi poesía busca ese equilibrio, pero busca también responder a mi necesidad de expresar, a las influencias recibidas, al deseo de novedad y a lograr que cada palabra sea como una bocanada de aire que nos libere de la muerte, como una visión que nos muestre el sentido de la vida, como un descubrimiento de las claves de la eternidad.

Pero es también un intento, y siempre es una búsqueda.

García Márquez decía que un cuento es como el amor, si salió mal desde el inicio hay que botarlo a la basura. Pero, un poema no es así, puede ser trabajado, tiene que ser trabajado. Aquí funciona aquello que se atribuye a Edison y repitió Umberto Eco: que “el genio es 10% de inspiración y 90% de transpiración”. Borges decía que solo se liberaba de corregir un texto cuando lo entregaba a la imprenta. Y a pesar Whitman lo volvía a escribir una y otra vez. En la historia de la producción poética, lo que encontramos es una constante búsqueda, pero, también un constante rehacerse en la palabra.

Mi poesía es intimistas, vital, habla de mis temores, de mis penas, de mi búsqueda de la felicidad y de mi infelicidad en la búsqueda; de frustraciones y deseos; de carencias y abundancia de necesidades. Y seguirá diciendo de muchas maneras lo que soy yo.

Mis versos son, en muchos casos cortos, influenciados por la poesía japonesa (el haiku, la Tanka, el senryu), que cultivaba el bueno de Alfonso Cisneros (“Fonchín” para los amigos), y en la que también han incursionado Borges y Octavio Paz. Hoy esta brevedad se ve impulsada por las redes sociales y la necesidad de escribir con pocas palabras.

Si de algo se nutre mi poesía, es de la filosofía, de la historia, de la política, del análisis social. Si se me quiere encasillar, pertenezco a la generación de los 80 (aunque vengo explotando en estos años 20), y si bien me nutro de las corrientes y de las listas canónicas que se pueden apreciar en las antologías y en los libros de literatura, también lo hago de lo producido en este siglo, sobre todo lo que abunda en los círculos literarios que pueblan las redes, algo de lo cual el poeta y crítico literario Martín Rodríguez Gaona ha tratado en su libro “La lira de las masas. Internet y la crisis de la ciudad letrada. Una aproximación a la poesía de los nativos digitales.” Todo un fenómeno que aún está en proceso y que es objeto de ácida crítica, por la carencia de referentes y la aparente superficialidad de los poetas que abundan en las redes.

Hoy se habla de los poetas menores, yo prefiero hablar de un proceso de quiebre respecto de los poetas consagrados y una búsqueda en otras producciones, dejando atrás las tradiciones. Sin duda esa búsqueda, sin haber echado raíces previas puede ser superficial y efímera, pero la realidad sabrá encausarla, porque la poesía no puede abandonar la forma, o termina creando una nueva.

Ahora, no hablaré ya más de mi poesía, le dejaré eso a los que deseen explorarla con mayor o menor oficio crítico, y me quieran seguir en esta aventura que tendrá fin cuando se me acabe el aliento.

Solo quiero hacer mención al último poema del libro que ahora presento, uno en el que le decimos al mundo que la poesía se puede hacer en todas partes y que no es necesario ir lejos o cruzar el charco para buscar esa poesía. El Perú es tierra de poetas, y por ahora está dormido, pero ya pronto habrá de despertar. No en vano Cervantes decía que, “tiempos de hambre son tiempos de poesía”, Y, dadas las condiciones, en estos tiempos, sin duda habrá de brotar mucha poesía, solo hay que esperarla.

Bueno, gracias por participar en este evento. Este libro estará pronto a disposición de ustedes, esperen noticias mías.

Me despido deseándoles mucha salud y mejores días. Hasta pronto.

Lima, 16 de julio de 2022.