INTRODUCCIÓN

Todo lo que soy llegó hasta aquí conmigo. Si no lo traje yo, entonces ¿quién lo hizo?


El sonido, el color, la forma y las ideas, que modelan nuestras vidas, nos puede parecer que están surgiendo aquí y ahora, brotando de manera espontánea o con alguna preparación inmediata, pero, en realidad casi todo lo que somos viene desde lejos, y en muchos casos se pierde en el tiempo. Y cuando llega a nosotros, ha recorrido ese tiempo, recogiendo los dones o los restos dejados en el camino.

Podemos hacer nuestras tantas cosas que esta vida nos ofrece: una melodía, una palabra o una imagen, e identificarlas con un momento y un lugar propio. Podemos tomar una idea que acude a nosotros y nos deja una impresión duradera, que puede parecer muy original y muy nuestra, pero esa impresión que queda en la mente trae una carga de muchos momentos previos y lugares que le han dado forma hasta llegar al que en ese momento somos.

Nosotros recibimos constantemente tales impresiones que vienen del pasado y hasta las hacemos parte de nuestra cultura, de nuestra tradición, a sabiendas o sin saber que todo es prestado a los que crearon y recrearon esa cultura que asumimos como propia y absolutamente original. Sonidos, imágenes, gestos, ideas, son también polvo de estrellas, que de vez en cuando se vuelve a reunir o sirven de base para la creación de algo que no es tan nuevo, pero guarda coherencia con su pasado y con su proceso creativo.

Cuando el desarrollo sigue un curso predecible, esa cultura se abre paso y crea su propia cosmovisión, su ideología y su ciclo vital, casi siempre reconstruido sobre la base de otro. La frase bíblica “No hay nada nuevo bajo el sol” se refiere precisamente a ello. A la escasez de la novedad absoluta, a la continuidad del proceso creativo y a la seguridad que produce ver siempre un mismo sol. A esto hay que añadir lo dicho por Ayn Rand: "Una cultura se hace -o se destruye- por sus voces más articuladas".

Pero en ocasiones aquello que surge, no obedece a ningún género, estilo, forma de vida, y no se reproduce porque no encuentra cabida permanente en la cultura sobre la cual surge o al margen de la cual aparece. Ello es producto usualmente de conflictos al interior del proceso, o de choques culturales de los que se generan fenómenos de transculturación. Surgen así colectivos singulares, pero también fenómenos únicos en su especie cultural, producto de la fusión, el sincretismo, el mestizaje, y tal vez hasta la confusión (a que lleva la aculturación y la alienación).

Nada en este mundo es absolutamente puro, ni siquiera el amor de una madre o el primer beso que se dan dos adolescentes, porque en esa madre hay historias, temores y alegrías que pueden convertir a ese abrazo que da a su hijo en algo menos que una muestra de entrega absoluta, sino más bien en un deseo por obtener aquello que no tuvo o no tiene, y que representa un vacío en su vida sentimental, vacío que cubre con el amor que recibe de un niño que aún no sabe qué es aquello que da. Igual ocurre con dos seres que aparentemente descubren el amor, pero que solo están experimentando sensaciones nuevas, incontrolables, algunas sumamente egoístas, otras, perdidas en la ensoñación o el deseo de convertir ese momento mágico en carne, simple y vulgar. La pureza solo es posible en la imaginación de un ser puro, por tanto, no existe en nuestra experiencia. Incluso aquello que creemos inamovible, puede tener una causa. Jorge Luis Borges nos dice en su poema Ajedrez: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué Dios, detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonías?”. La eternidad no tiene fin para la espiritualidad, aunque sí un ciclo vital en la física. Hay un punto de inicio y luego todo es causado. ¿Dónde estamos nosotros?

Cuando escuchas una canción te das cuenta que es la combinación de muchas anteriores. Una palabra, un estilo, un habla o dialecto surgen del pasado. Así ocurre con todas las manifestaciones culturales, por ocultas o alejadas que estén, por más que estén a salvo en una isla. Tarde o temprano la influencia las llega a tocar, y entonces un ritmo del caribe se mezcla con uno del mediterráneo y surge una rumba; un vals vienés aterriza en Sudamérica como vals criollo, como cueca o marinera, y un dulce árabe llega a nosotros como suspiro o alfajor. La culinaria es siempre heredera, pero también el producto de influjos diversos, que, aunque reciba un legado de pobreza, se puede enriquecer en el proceso. Es lo que ha ocurrido con la culinaria en Latinoamérica, y en particular con la peruana, beneficiada del aporte diverso de su gente: la nativa y la que ha venido de afuera. Una cocina deslumbrante, que es el resultado de una fusión, y que ha dado lugar a lo que se ha venido en denominar un “nacionalismo culinario peruano”.

Pero hay quienes no responden a una identidad, crean algo fallido y no se pueden reproducir, porque son una suerte de accidente cultural. Nos interesa ese individuo, no el grupo. En ese sentido, buscamos singularizar la condición del híbrido, por encima del mestizaje, el sincretismo fallido y la creolización.

La hibridación se manifiesta en plantas, animales, pero también en la cultura. Un híbrido será aquel que no solo es el producto de dos o más influencias culturales (al fin y al cabo, todos somos producto de esa diversidad), sino el que además no puede reproducir su condición, un intento, un tránsito, un resultado ineficaz. Yo diría más bien un ser inubicable, un desubicado cultural, o una cultura que no encuentra lugar. Puede ser un medio de defensa ante el establishment o un modo de agresión, de rebeldía, de singularidad; pero, no la del que decide alejarse, aislarse o marginarse voluntariamente, como el asceta o el ermitaño.

Desde una perspectiva antropológica, Néstor García Canclini, se refiere a la hibridación como un proceso de modernización socioeconómico incompleto. Pero, cuyo proceso de reestructuración social es transitorio, y esa transitoriedad puede ser estimulada desde afuera para que sea la norma. Una norma falaz.

Nuestros híbridos son personajes que quieren buscar su camino, pero están anclados en un mundo que no los deja volar. Un cura de parroquia que no encuentra cabida en la institución secular; un niño que no se siente andino, pero tampoco es costeño; un enamorado que trasgrede su norma social; un escritor que no encuentra su voz; o hasta unos perros que se humanizan en la marginalidad.

He aquí la crónica de alguno de estos personajes, que no son necesariamente el resultado de un proceso de “hibridación feliz” (si es que alguno lo hay), y que sin duda darían material para llenar una biblioteca virtual, de esas que no son realmente una biblioteca, porque un libro virtual no es verdaderamente un libro, sino, un híbrido ejemplar, que existirá, en tanto lo haga esta cultura virtual o, si se quiere, cultura de la virtualización, con ese sufijo que denota una acción, que puede ser prolongada, como lo viene siendo la occidentalización, o de corto plazo, como lo es la hibridación.