En estos momentos siento profunda pena por una sociedad que se encuentra dividida por obra de un individuo y de sus seguidores, que capturaron el Perú y lo llevaron a las profundidades de la miseria moral. Al punto que los peruanos han hecho del fujimorismo y el antifujimorismo un fenómeno que rebasa lo político y se hunde en el enfrentamiento visceral. Y no precisamente por obra de los que desprecian a Fujimori (no a la persona, sino al criminal), sino por obra de los que pretenden mantener incólume la memoria de un personaje manchado por la corrupción y el crimen, en su forma más despreciable, aquella que secuestra, tortura, desaparece y asesina indiscriminadamente; por obra de quienes mantienen vivo su nefasto legado, para seguir actuando como él y sus secuaces actuaron, durante la triste década de los 90.

Y para nadie, con un poco de razón y criterio, puede justificarse ese accionar criminal en la lucha contra Sendero Luminoso o amparado en la estabilización económica, que en realidad fue un trampolín para entregar la economía a un grupo de explotadores y corruptores que siguieron manejando el país, cual una banda de Montesinos (a los que, obviamente les convenía seguir viviendo bajo las condiciones en que se vivió durante los gobiernos del fujimontesinismo).

Pero, en estos momentos en que se ha materializado un baldón para el sistema jurídico, que nuevamente tendrá que corregirse en el sistema supranacional, también siento profunda vergüenza de haber tenido como docentes en la facultad de derecho de la Universidad de Lima a dos abogados que encarnan esa afrenta: Ernesto Blume Fortini y Augusto Ferrero Costa, quien incluso fue decano de mi facultad, de la que ha salido mucho miserable que sirve a intereses oscuros, pero, también gente muy honorable y correctos profesionales, de los que, aún conservo su amistad y profeso por ellos admiración.

La decisión de estos dos operadores del derecho en el TC (y el abogado José Luis Sardón de Taboada) ha golpeado gravemente a la justicia, al derecho y a la democracia, otorgando la libertad a un individuo que cometió crímenes que los organismos internacionales de derechos humanos han considerado de lesa humanidad (La Cantuta y Barrios Altos), y obtuvo el indulto de un presidente (PPK), procesado por delitos de corrupción, que además negoció políticamente dicho perdón presidencial, el cual fue detenido por una gran movilización popular y una sentencia judicial que expuso las irregularidades de la medida. 

Indulto que ahora se encuentra reactivado por decisión de los referidos magistrados, contra todo y contra todos.

Con el añadido que el condenado Alberto Fujimori no ha pedido perdón a los familiares de las víctimas (que es un requisito fundamental para cualquier indulto), que no solo son los secuestrados, torturados y asesinados por su maquinaria criminal, sino también, todos los peruanos que fuimos víctimas de sus estafas y robos. Y, además, no ha pagado la reparación civil impuesta, que, aunque la RC no es una pena, es una obligación contraída con los deudos de las víctimas. Y ello, a pesar de los millones que se han movido en torno suyo, para mantener a sus hijos en la palestra política.

Y esto no se trata de un asunto opinable o que involucre puntos de vista jurídicos distintos y por ende, respetables, no, se trata de un resultado infame, que es un atentado contra la memoria de las víctimas y sus familiares, y que tendría que manchar la imagen de estos personajes, inclusive del impresentable Sardón, de quien ya se le conocía el fustán naranja. Aunque, me temo que ello no signifique mucho para estos abogados, pues ellos se mueven en círculos amicales y profesionales donde seguramente están aplaudiendo esta decisión y seguirán siendo aupados en su despropósito.

En esta hora difícil, se percibe con claridad cómo actúa ese pulpo voraz que se traga al país, que tiene en un brazo a los conservadores y ultraderechistas, en el otro a los poderosos empresarios, ambiciosos e inescrupulosos, en el otro a fanáticos religiosos, en otro a las organizaciones criminales aupadas a la política, en el otro a las organizaciones criminales comunes y en otro a los políticos oportunistas y corruptos. Y todos estos brazos tienen a sus operadores profesionales: abogados, economistas, periodistas, etc.. Y a un lumpen siempre dispuesto a servirlos, quienes les ayudan a extenderse, hasta alcanzar todos los espacios posibles del poder. Un pulpo cuya cabeza solo tienen una idea: alcanzar el poder a toda costa, para seguir manteniendo su estilo de vida, a costa de todos los demás. Una suerte de Leviatán criollo, reunido por los retazos de la miseria humana.

Por suerte me queda el recuerdo de muy buenos profesores y amigos. Uno de ellos lamentablemente ya no está aquí, el Dr. Carlos Ramos Núñez, ex magistrado del Tribunal Constitucional, quien hubiese podido inclinar la balanza en favor de la justicia, pues estamos seguros que no habría dejado pasar este atentado contra los peruanos de bien. Una persona sumamente valiosa, un gran jurista, un investigador nato, un excelente docente, un buen juez, un hombre de derecho y un gran amigo y maestro de generaciones de jóvenes abogados. Sobre todo, de quienes se interesaron por la historia del derecho. Carlos Ramos Núñez y otros tantos que no cabe mencionar, nos permitieron creer en la universidad y en la abogacía, no solo como una profesión, sino como una razón de vida.

Confiamos que, en los próximos días, esta decisión del TC (que se ha tomado en mayoría, con los votos de Blume, Sardón y doble voto de Ferrero) se revierta, por obra de la CIDH y de las normas de derecho internacional público, que forman parte de nuestro derecho interno (y no son ajenas a nuestro ordenamiento, como falsamente dicen los defensores del corrupto ex presidente). En tanto, hay que mantener este duelo, que no es político, ni siquiera jurídico, sino, fundamentalmente humano, por lo que la decisión para liberar al criminal ha representado para la conciencia social. Más allá de alegadas compasiones, que no se tuvieron para con las víctimas del régimen de Fujimori.

Ahora que la tarde se cierne más oscura que antes, trato de buscar un recuerdo de esos dos personajes que ocupan estas líneas, y solo me acuerdo de la lejana elegancia y buen perfume que usaba uno de aquellos abogados, y de lo ausente y ajeno a las actividades académicas que siempre estaba el otro, miembro de una dinastía que usufructúo el apellido paterno para acceder a las élites empresariales.

Ahora que miro hacia atrás, y se ordenan los recuerdos, que seguramente irán a formar parte de un relato de aquellos que me rondan la cabeza, me viene a la memoria la mañana aquella que me llamaron a la facultad para decirme (qué decirme, advertirme) que me moderara, porque me podían botar de la universidad, pues por aquellos tiempos (fines de los 80) dirigía un boletín estudiantil (apoyado por profesores amigos de otra facultad), y tuve a mi cargo el periódico mural de la Facultad de Derecho, donde un grupo de nosotros cuestionamos tibiamente el sistema imperante y a la facultad; lo cual resultaba inadmisible para los dueños de una universidad que la querían mantener como una isla de bienestar, en una ciudad que ya estaba rodeada por las hordas senderistas y atacada por las tropelías del fujimontesinismo (cosa que pude apreciar desde mi experiencia de poblador de uno de los “conos” de la ciudad y mientras también estudiaba en San Marcos).

Situación que, desde luego, en un joven inexperto, que empezaba a formar familia y no tenía el dinero, los padrinos ni el apellido para defenderse, tuvo el efecto de ”moderarme”, pero jamás acallarme, pues pudimos encontrar los espacios para la protesta en la literatura, que hoy abrazamos, como una extensión de nuestra experiencia de vida, que felizmente supo recibir el influjo de los buenos maestros y de las lecciones de vida.

En esta hora triste, vamos a reflexionar para escoger las mejores palabras que decir a nuestros hijos y a nuestros estudiantes -como lo hicieron los buenos maestros que tuvimos- para que ellos puedan manejar el país algún día, cuando el fujimorismo y el antifujimorismo sean un mal recuerdo (que no hay que borrar por cierto), como lo son las guerras y los desastres naturales.

En tanto, preparamos zapatillas y la garganta para salir a protestar, porque nada se hace en un país si no se movilizan las masas para llevar a cabo las mejores ideas.