Escribir...

Escribir de cualquier cosa, de una hoja en blanco que se resiste a mostrarme sus secretos, de unas letras que surgen de algún lugar oculto, de las palabras que tenemos aprendidas desde el inicio, de la voz que nos caracteriza y del sonido que imprime melodías o crispados ruidos en el aire.

Escribir como lo hacen los grandes, volcando en el texto experiencias o ausencias aprendidas. Imitando a los que tienen algo que ofrecernos: clásicos, tendencias, modelos, paradigmas. Y siempre buscar la palabra nueva, la voz propia, el estilo singular.

Escribir sobre la lluvia que roza la tierra, la que penetra hasta sus entrañas, la que golpea el rostro y la que rebota en el asfalto.

Escribir sobre la flama amarilla que abraza la piel o el toque de plata bruñida que la Luna imprime en las hojas de los árboles.

De todo escribir, porque se puede juntar palabras, una tras otra, recreando la vida o creando historias de cotidiano embeleso. Tragedias indecibles, adornadas con heroísmo humano. Resiliencia en medio de la comedia y siempre rondar el genio humano que en todas las ocasiones se sumerge en el temor sin recordar su cimiente escasa, de poco saber, abundante ignorancia y limitada sesera. Escribir sobre aquello y todo lo que abunde en nuestros sentidos.

De cualquier cosa se puede escribir, pero sobre todo de la naturaleza: sustrato y envoltura de la tierra que nos cubre de abundancia, para el que la puede o quiere extraer; que nos protege de la brutalidad calculada del universo y que, sin embargo, a diario se traga el hombre, sin reservas ni recato, como quien recorta de a pocos sus alas, hasta que ya no puede volar, y termina arrastrándose en la tierra, buscando lo que rodea su iniquidad.

Escribir nos acerca a la creación y nos alcanza la vara de la destrucción. Es un vertiginoso descenso a las profundidades de la luz y expansión de nuestras partículas en el universo. En más de un universo; en el universo que hemos creado; en el universo que alberga infinitos universos, En el regreso al big bang y la oscuridad absoluta, con el tiempo a cuestas, descifrándonos, como el tábano de Sócrates o el águila de Prometeo.

Yo puedo escribir de lo que sea y lo que sea me pude motivar para escribir, pero la elección está más allá del arte u oficio de la escritura, tal vez nos motive un llano interés crematístico, el cumplimiento de una labor, una elección aleatoria, la necesidad de dejar testimonio de algo. O tal vez un hado, un sino, una musa, un daimon, un destino manifiesto, un plan de vida, una simple o inconmensurable inspiración, todo como un gran soplo de vida; fuerza vital que mueve a quien se encuentra consigo mismo en medio de la escritura, o antes de ella. Pero no hay que olvidar que las palabras no se dicen solas, la voz viene de la voluntad y se manifiesta tras cada batalla que libramos con nosotros mismos.

Y somos nosotros la materia de la que proviene la escritura, que se forja tras una fragua de ideas, en un caldero de palabras, donde se mezcla nuestro tiempo. Porque todo el universo pasa por nuestros sentidos y se hace patente en el verso, en la oración, en la frase precisa. En ese fragmento de vida que es como una melodía salida del templo de la imaginación. El único que puede mantenerse en pie sin solución de continuidad, en tanto sigamos creyendo en nuestra postergada pero inmensa humanidad.

Tú puedes escribir de cualquier cosa, por ejemplo, escribir acerca de escribir.