Cuba ha sido un referente para la izquierda latinoamericana desde fines de los años 50. Pero, las luchas de los movimientos de izquierda, no empezaron con Cuba, ni terminarán cuando el socialismo se extinga en la isla.
Hay, como en muchos movimientos impulsados por sectores oprimidos o marginados, una motivación de cambio, de reformas, de reivindicaciones, que van más allá de la búsqueda por alcanzar el orden socialista, la utopía comunista o cualquier modelo totalitario.
Y en la cúpula, también hay un impulso de vida, motivado por la necesidad de lograr o mantener privilegios, movidos por la ambición desmedida y la competencia descarnada, que busca imponer modelos opresores, políticos o económicos, sin importarles, en este caso, si para ello usan gobiernos democráticos o dictatoriales.
La búsqueda por alcanzar el predominio del modelo, la hegemonía del sistema, la preponderancia de las ideas, ocurre con las doctrinas económicas o políticas, e incluso con las religiosas. Es lo que pasa con la utopía cristiana o con el islam.
En todos los casos hay un objetivo final, que sin embargo no deja de buscar avances y conquistas progresivas, ganado batallas que le permitan avanzar para alcanzar sus metas. Al igual que los movimientos liberales y libertarios, los movimientos de izquierda (anarquistas, socialdemócratas, socialistas, comunistas y otros), de manera indistinta, buscar ganar estas batallas, para lograr que el pueblo acceda al poder y se beneficie del sistema político y económico que ellos decidan implementar. Desde luego que en este proceso hay errores y puede haber incluso crímenes inaceptables, como los hay en los modelos que sirven a las élites económicas, pero la praxis no descalifica a la teoría, y la mala praxis no anula la posibilidad de una experiencia exitosa. Los modelos políticos y económicos, son humanos y falibles, y siempre se pueden perfeccionar, en tanto se apliquen atendiendo al caso concreto.
En esta carrera política, la izquierda latinoamericana no siempre se ha situado en el carril del comunismo, ni siquiera del socialismo, sino, en muchos casos, en la vía de un reformismo tibio. Pero la derecha ha querido ver en la izquierda, de manera indistinta, un mismo carril, con esa miopía propia de los que se encuentran dogmatizados, desinformados o maliciosamente intencionados. Esa misma miopía que también se encuentra en mucha gente de izquierda, cuando de encasillar a derechistas o conservadores se trata.
El caso cubano no puede ser visto bajo esa percepción maniquea y reduccionista de los que gritan fascistas o comunistas ante el menor vestigio de giro hacia la derecha o la izquierda. El tema cubano es tan complejo como cualquier otro problema político latinoamericano, pero de una importancia mayor, por ser Cuba un referente para ambos sectores de la percepción política de la región.
Si se quiere analizar el tema cubano, hay que contextualizarlo, no solo hay que verlo desde la perspectiva de la revolución socialista y su afán por llegar al comunismo, o de la "dictadura de base", que gobierna al país, sustentada en una fuerte conciencia revolucionaria, en permanente defensa de sus logros; sino también desde la perspectiva del accionar del gobierno de USA, que impuso a inicios de los 60 un bloqueo brutal (propio de su carácter intervencionista y etnocéntrico, y en defensa de su Estado de bienestar, actuando fuera de sus fronteras), que lanzó a Cuba a los brazos de la URSS, llegando a ser el escenario central del mayor conflicto de la Guerra Fría.
Pero, Cuba no ha sido ese instrumento del comunismo soviético, que se pretende, ni tampoco la resignada víctima del imperialismo norteamericano, ante el cual no se ha dejado vencer (a pesar que este bloqueo no le ha permitido a Cuba avanzar plenamente en sus objetivos).
La Cuba revolucionaria tiene una larga historia de resiliencia, de desarrollo sostenido en ciencia y tecnología, de priorizar la satisfacción de necesidades básicas, como la salud y la educación, con los pocos recursos con que cuenta. Una historia de dignidad y de compromiso con su causa. Luchando no solo contra su propia gente, sus necesidades y sus carencias, sino contra el continuo ataque de los que quieren ver fracasar estrepitosamente a lo que queda de la revolución, y accionan para lograrlo, como antes hicieron con el Chile que gobernó Allende.
El problema cubano actual, de legítimas protestas contra un régimen ya agotado, que rebota como propaganda mediática anticomunista, también hay que verlo desde la perspectiva de los cubanos de Miami, jurados enemigos de la revolución cubana y seguidores de Trump, o de todo aquel que les devuelva “su Cuba”, muchos de los cuales quieren caer sobre la isla para repartirse el botín, implementando un sistema capitalista neo liberal, que buscará repetir lo hecho en el Chile post Allende (que ya sabemos en qué ha terminado). Cuba (como ya ha ocurrido en otros países de Latinoamérica) se encuentra en permanente peligro de caer en manos de los Fanjul, Saladrigas, De la Cruz y los Alvarez. Hombres que han hecho fortuna en un país donde la explotación, el racismo, el abuso y el supremacismo blanco es la moneda diaria.
Pero, el destino de Cuba debe ser el que los propios cubanos de la isla decidan, a partir de las reformas que su proceso político requiera, en forma progresiva y pacífica. Sin intromisión extranjera.
Será eso, o caer en manos de los que quieren volver a convertir nuevamente a la isla en el prostíbulo de USA y el paraíso de las mafias, que fue antes de la revolución.
Cuba no es la Venezuela de Chávez o Maduro, ni el Uruguay de Mujica, ni la Nicaragua de Ortega, ni es el Chile de Allende. Cada proceso ha sido y será distinto. Pero si algo tienen en común estos procesos, tan dispares, es que presentan el mismo enemigo: aquel que desconoce los reclamos y las conquistas del pueblo y enfoca su mirada en los gobernantes de estos países, desprecia al dictador de izquierda, pero tolera y hasta prefiere al dictador de derecha: corrupto y explotador, con tal que le de la libertad a unos pocos, para explotar, corromper y someter a la mayoría, manteniéndola en la ignorancia y el temor. Esa mayoría que muchas veces se pone del lado de su opresor, porque ha sido desinformada y manipulada. Y a eso le llaman democracia.
Cuba, la que ha resistido por 60 años al embate del imperialismo, y más allá de las miserias de la revolución, siempre habrá de ser un faro para la izquierda latinoamericana, pero un faro que debe dar nuevas luces, por el bien de la población que sufre las miserias del neoliberalismo y las amenazas de la extrema derecha.