Sería un martes o un miércoles de ese maravilloso diciembre de 1979, cuando aún no decidía que hacer con mi vida y andaba “pobre e indocumentado”, como decía el bueno de Gabo.  

El jefe se había marchado a casa y nosotros nos adueñamos de la tienda. Había decidido trabajar para ganar unos soles y pasar una buena Navidad, por eso estaba allí, enfundado con las poses y frases de un vendedor.

El lugar ya no existe. Fue una tienda de electrodomésticos en pleno Parque Universitario, en la cuadra 8 del Jr. Azángaro, de propiedad de un arequipeño malgeniado, que además era un tremendo explotador, pues nos tenía trabajando por comisión. Es decir, si no vendíamos nada, no había un sol; ni para el pasaje nos daba.

El viejo -como le decíamos al sombrío dueño de la tienda-, se encargaba personalmente de encender las luces del negocio cuando la penumbra ya no dejaba ver el fondo de la tienda, y luego de ello se marchaba a su casa para cenar, regresando a las 8 de la noche para cerrar la tienda, no sin antes lanzarnos un par de carajos, amenazándonos con que cuidásemos bien su negocio.

Es entonces cuando el Colorado, el Chato y yo -contra la voluntad de la cajera, una señora madura y temerosa del jefe- aprovechábamos su partida para realizar el ritual de todos los días: prender los dos televisores que se mostraban en la vitrina exterior y sintonizarlos todos en canal 7. No eran tiempos precisamente de marqueteo ni estrategias publicitarias en los negocios. Peor aún cuando el dueño no veía entrar mucho dinero a la tienda por la crisis económica y política que se había producido en esos convulsos años (que dio lugar a la Constitución recién aprobada). Con decir que, en mi mes y medio en ese negocio, y a pesar de ser víspera de Navidad, apenas logré vender dos radios a transistor, un televisor de 14 pulgadas, y el premio mayor: un equipo “cuadrafónico”, por el que me llevé una suma que me permitió comprar ropa y darme algunos gustitos un fin de semana, en la playa y en la discoteca.

Al caer la incipiente noche veraniega de fines de 1979, hora de mayor tránsito en la calle, el Chato encendía el televisor y sintonizaba canal 7. Entonces, envuelto en la magia que la música trasmitía en ese momento en nuestros jóvenes cuerpos, empezaba a escucharse la voz sonora y cadenciosa de Gerardo Manuel anunciando nuestro programa favorito: DISCO CLUB. La canción de Paul McCartney & Wings introducía el programa y en enseguida se abría esa caja musical que nos acompañaba por unos minutos, durante esas noches de incertidumbre, donde lo único seguro era saber que ese programa iba a estar ahí para darnos diversión y animar nuestros intentos de captar clientes, una veces con éxito, otras con frustración, pero las más, gracias al Chato, con bromas y buen humor. Olvidando los tres que en cualquier momento podía venir el viejo y cortarnos la viada.

Sería un martes o un miércoles cuando el gran Gerardo Manuel Rojas Rodó anunció esa canción que tanto nos gustaba y que solíamos bailar en la puerta de la tienda: “My Sharona”, con la que descubrió el viejo que usábamos sus aparatos, y por culpa de la cual despidió al Chato, cuando la cajera le dijo que fue él quien había encendido el televisor. Yo traté de explicarle que así se vendía mejor el producto, pero el miserable no entendió razones. A pesar de ello el Colorado y yo seguimos prendiendo el televisor, y en ocasiones recibíamos la visita del chato, que alegraba esas horas crepusculares escuchando y bailando “My Sharona” en plena calle del Parque Universitario.

Aún hoy, cuando escucho esa canción que Doug Fieger dedicó a su ex enamorada, me viene a la mente la voz de Gerardo Manuel y el trepidante  intro de la canción “Don’t say goodbye tonight” del gran Paul McCartney y los Wings, que en vano esperé escuchar cuando se presentó en Lima el 2011, pero que aún está estampada en mi memoria, junto con todos los temas de ese mítico programa, que se han convertido en el soundtrack de mi vida. Sobre todo los de su primera época.

Gracias Gerardo, no solo por lo que hiciste antes, siendo pionero del rock en el Perú, con Los Doltons, los Shain´s y El Humo, en esas inolvidables matinales que disfrutaron mis tíos, o en los homenajes a los Beatles, que ya es bastante,  sino sobre todo por DISCO CLUB, ese gran programa que se adelantó a MTV y que nos mostró el rostro y la actitud de nuestros ídolos del Rock & Pop.

Querido Gerardo Manuel, esta noche voy a escuchar algunas de esa miles de canciones que tú atesoraste y compartiste: para los que nacieron antes, para los que nacimos a tiempo y "para los que llegaron tarde".