Cuando estés frente a un Juez, antes de aceptar rendido su autoridad, pregúntate si es un ser humano, porque abundan por todas partes los que aún no han logrado su evolución cultural.  

Míralo a los ojos y trata de descubrir en su mirada la justicia, en sus gestos la decencia, en sus manos el sacrificio, en sus palabras la sabiduría, la paz interior en su respiración.

Una biblia sobre su escritorio, una cruz a su lado, unos libros rodeándolo, pueden ocultar su verdadera intención. Mejor sería mirar el grueso de su billetera, la marca de su traje o las formas que lo adornan, para saber si lo mueve el decoro o la vanidad, la decencia o el exceso, la cordura o la ambición.

Observa a su alrededor y procura encontrar amor, que las miradas que lo sostienen son las que lo ponen ante ti, con la autoridad para hacer justicia.

Inquiérelo con tus gestos, buscando empatía. Intenta buscar en él algo de compasión. Pregúntate si hay, en su ciencia y en su experiencia, algo de comprensión.

Verifica si conoce de la vida tanto como de las leyes y si pesa en él más el derecho que la equidad. Pues hay mucha gente que cree que no hay justicia sin ley previa, ni ley que esté por debajo de la decisión.

Intenta averiguar si los compromisos previos, con ideas o personas, condicionan su accionar, y si hay en él, antes un ser humano que un Juez. Muchas personas trazan su camino en busca del éxito profesional, a costa de otros, con ayuda de unos y sin ver por los demás.

Cuando estés frente a un Juez, recuerda que estás ante la patria, el Estado y la nación, pero míralo muy bien. No vaya a ser que, antes de querer someterte a la “justicia”, esa patria, ese Estado y esa nación, hayan salido volando por su oreja y se hayan perdido en el horizonte, donde esperan por ti... una vez que hayas salido corriendo de allí.